Introducción
Las
medidas de acción positiva puestas en marcha desde hace década para promocionar
la presencia femenina en el mercado laboral ha demostrado una amplia eficacia,
pero acosta de asumir la mujer la doble tarea del hogar y del trabajo fuera de
casa. La cultura patriarcal fomenta el sincretismo de género[1]
al introducir de manera irracional la satisfacción del deber de cuidar
convertido en deber natural de las mujeres y, por tanto, deseo propio y, al
mismo tiempo, la necesidad social y económica de participar en procesos
educativos, laborales y políticos para sobrevivir en la sociedad patriarcal del
capitalismo salvaje. Nos enfrentamos ante el modelo “superwoman”, una forma moderna de misoginia camuflada de
modernidad, que hace que el trabajo se multiplique en las mujeres, sin que los
varones se sientan aludidos.
Por
el contrario esta asignación de roles castra el desarrollo personal de los
varones, al verse impedidos de tener una relación autónoma y personal en los
espacios domésticos, pues, de acuerdo con el modelo predominante, este espacio
significa descuidarse, perder, ser ignorado.
Ni
“superwoman” ni “varón sostenedor” dos caras de una misma moneda, que tiene como
único valor la explotación de las mujeres a través del trabajo invisible y de
la desvalorización de muchas de sus actividades, y la asignación irracional de un
rol al varón de sostenedor y protector del clan, fuente de infelicidad y de
violencia.
La
vía de la socialización del trabajo doméstico y de la transformación de algunas
actividades domésticas, familiares y privadas en públicas, mejora la vida de
las mujeres, liberando tiempo para el desarrollo personal integral, que sin
duda redunda en la mejoría en la calidad de vida y en la autoestima de las
mujeres y de las sociedades que aplican estas medidas, pues es evidente el
desarrollo social, cultural y político de las sociedades que así se han
estructurado y el empobrecimiento y retraso de quienes no lo aplican o
retroceden.
Para
que la igualdad de entre hombres y mujeres sea real, es necesario acompañar
medidas de acción positiva que fomenten la incorporación de los hombres a la
gestión de las responsabilidades del cuidado[2],
porque en otro caso el cuidado seguirá siendo un asunto de mujeres y por tanto
fuente de discriminación.
La
incorporación de la mujer y el hombre a un modo de vida igualitario es una
necesidad para hacer sostenible económicamente nuestra sociedad. La división
sexual del trabajo representa un desafió para los estado de bienestar contemporáneos[3].
Como indica Elena
Simón[4]
las instancias socializadoras como el sistema educativo, debe ocuparse de
establecer unas enseñanzas y aprendizajes coherentes con la Igualdad integral.
Con este material pretendemos ofrecer reflexión y modelos igualitarios para que
puedan ser interiorizados y reproducidos, para neutralizar los vicios
androcentristas, el machismo y el sexismo para entrar por la puerta grande de la Igualdad integral, beneficio y ventaja
social como parte indiscutible del desarrollo humano sostenible.
[1]LAGARDE
Mercedes. Cuidadoras entre la obligación y la satisfacción. En: http://webs.uvigo.es/pmayobre/textos/marcela_lagarde_y_de_los_rios/mujeres_cuidadoras_entre_la_obligacion_y_la_satisfaccion_lagarde.pdf
(Consultado el 25 de marzo de 2011)
[2] NUÑO
GÓMEZ Laura. El mito del varón sustentador. Ed. Icaria Género y Sociedad.
Barcelona 2010
[3] NUÑO GÓMEZ Laura. El mito del varón
sustentador. Ed. Icaria Género y Sociedad. Barcelona 2010
[4]
SIMÓN Elena. La Igualdad también se aprende: Cuestión de Coeducación. Ed.
Narcea (2010)
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